Estas en » Weblog de Montaña » Archivo de Relatos » September 2006 » El Monte Perdido: 3.355 M.
Saturday 30 de September de 2006, 00:00:00
El Monte Perdido: 3.355 m.
Tipo de Entrada: RELATO | 3163 visitas

Hoy, fin de semana sin montaña, estaba repasando mis fotos y escritos de montaña y he decidido colgar en mi blog, que para eso está, el que viene a continuación; es un poco "rollo Zodiaco" ;-) pero mira, hoy estoy un poco nostálgico y me hace gracia recordar nuestro segundo tres mil y he pensado que a lo mejor a alguien le sirven los tiempos de referencia o algunas impresiones de novatos. Hemos empezado tarde nuestra vocación pirineísta pero en tres años ya nos acercamos a los veinte ...tres miles, ¡je! y es curioso cómo cambia la percepción que uno tiene de estas ascensiones con algo de experiencia. Y como toda la que tenemos es debida a madteam.net, pues eso, que aquí quiero "colgarla". Que os sea leve.

Toooodo el trayecto a la vista
[+] click para ampliar

Toooodo el trayecto a la vista
El Glaciar
[+] click para ampliar

El Glaciar
Cumbre tras 7 horas y 24 minutos
[+] click para ampliar

Cumbre tras 7 horas y 24 minutos
¿ay, ay, ay, la que nos va a caer!
[+] click para ampliar

¿ay, ay, ay, la que nos va a caer!
Lago de Marboré (de subida)
[+] click para ampliar

Lago de Marboré (de subida)

Son las 9 de la noche del sábado  17 de Agosto de 2002. Tu cumpleaños. Preparamos la cena repasando mentalmente todo lo que tenemos que hacer y dejar listo para mañana. Tú preparas la comida de ataque mientras yo me ocupo de la cena. Voy pensando en todas las informaciones que tenemos: se espera buen tiempo por lo menos hasta la 1 o las 2 – como cada día desde que llegamos -, no llevaremos crampones y sólo tú el piolet, repaso mentalmente la ruta con los tiempos de paso, etc. La concentración es máxima y estoy absolutamente convencido de que si el tiempo lo permite llegaremos arriba.

Cenamos una ensalada de lentejas que lleva un poco de todo lo que nos queda; charlamos bromeando ligeramente pero muy conscientes tanto del esfuerzo que vamos a hacer mañana como de la cantidad de dudas que tenemos por no conocer exactamente lo que nos encontraremos a partir del Balcón. Dejamos el desayuno preparado para no hacerlo de madrugada, sacamos el coche del camping y nos metemos en la tienda a las 10:30. Por último, dejamos la ropa de asalto a punto y nos dormimos bastante rápido a eso de las 11. Sorprendentemente, me duermo con la mente casi en blanco ya que estoy convencido de que hemos hecho un buen trabajo y no se nos escapa ningún detalle.

Suena el despertador a las 4:30 y se me abren los ojos de golpe; es como si todo mi cuerpo se hubiera puesto en estado de alerta. Salimos fuera y es noche cerrada. Miro al cielo: hay estrellas pero no muchas. De repente, el cielo se ilumina con un relámpago aunque no hay trueno. Luego siguen varios más, siempre sobre el circo de montañas al que nos dirigimos pero sigue sin oírse un solo trueno; me preocupo aunque pienso que más que acercarse una tormenta es que la atmósfera está cargada ya que hace menos frío que los días previos. Desayunamos sin dejar de mirar al cielo. Sin decirnos nada sabemos que vamos a intentarlo. Dejamos el camping sin prisas –esperando alguna señal de buen tiempo – a las 5:15 horas.

Llegamos al parking, nuestro punto de partida. Nos abrigamos, calzamos y cargamos las mochilas; el cielo sigue igual. Decidimos salir y atacar el Balcón; allí ya estaremos bastante altos (2.500 m) y ya se habrá hecho de día para decidir mejor si podemos continuar o no. ¡Allá vamos!

Salimos completamente a oscuras; voy delante con una linterna en la mano, aún no sabemos lo que son los frontales. A las 5:48 dejamos el coche y la civilización definitivamente atrás.

Por el bosque pruebo a caminar sin linterna y vemos que sería casi imposible avanzar; estamos a unos 11°C pero no tenemos nada de frío. Llegamos a la cascada – y a la fuente donde llenamos las cantimploras - en 23 minutos. Los días previos lo hicimos en 20 así que nuestro paso en la oscuridad es bueno, lo que nos da ánimos para lo que viene ahora: aquí es realmente donde empieza el ataque a la montaña. Dejando la cascada a nuestra izquierda volvemos a meternos en el bosque pero ahora ya con una buena subida. Empieza a clarear el día.

A las 6:58 salimos del bosque y aunque no ha salido el sol ya es de día; escondemos la linterna debajo de unas piedras para no llevar peso innecesario, vemos el cielo bastante despejado y afrontamos con mucho optimismo el Balcón. ¡Allá vamos!

Ahora el camino sube muy fuerte y ya no hablamos, cada uno va muy concentrado en lo suyo. Por un lado no me noto tan fresco como yo quisiera pero por otro la respiración me va mejor de lo que esperaba; tú me adelantas, como siempre. Dejamos a nuestra izquierda la gran cascada que viene del lago de Marboré.

Cuando ya llevamos dos horas subiendo te veo parar al cruzar uno de los múltiples riachuelos que bajan de la montaña. Cuando llego, nos comemos medio müesli y bebemos bastante agua. Nos giramos y vemos salir el sol en el valle. Diré lo mismo que tantos otros: la vista es maravillosa. A nuestra izquierda, por los llanos de la Larri donde estuvimos ayer, el sol está a punto de sobrepasar los picos más altos.  Esto nos da ánimos así que nos levantamos rápido y nos disponemos a atacar el tramo final del Balcón, que ya sabemos que es el más duro.

Ahora el camino, aunque invariablemente zigzagueante, es muy empinado y cuesta avanzar. Pienso en todo lo que he leído estos últimos tiempos sobre las montañas y lo que debo hacer en momentos así: me concentro muchísimo en cada paso y no pienso en nada más; ahora un pie, luego el otro, respiro y así sucesivamente, sin marcarme ningún objetivo ni a medio ni a largo plazo. De repente, te oigo gritarme: ¡mira! ¡allí! Me giro a la izquierda y veo a tres rebecos. ¡Coño! Es la primera vez en mi vida que los veo tan cerca. Creo que el más próximo a nosotros es un macho; nos mira y me da la impresión de que nos observa pero sin miedo, dando impresión de seguridad en sí mismo. Un poco más atrás están los otros dos que me parecen una hembra y un jovenzuelo; éstos no parecen muy interesados en nosotros y prosiguen su camino en dirección contraria a la nuestra. El macho nos lanza una última mirada y se va tras ellos sin prisa; yo hago lo mismo pero detrás de ti, como siempre.

Nos encaminamos hacia el paso que nos llevará definitivamente al Balcón y miro hacia arriba: no me desanimo sino que me cabreo por lo que nos queda todavía; ahora miro hacia atrás y ¡otra sorpresa! Veo gente detrás de nosotros. Cuento hasta siete personas y las dos primeras me están atrapando. Alucino, porque hace poco también había mirado y no los había visto. ¿Quién diablos son estos tíos que suben como locomotoras? La parte positiva es que esto me estimula para seguir subiendo y creo que ahora con más bríos de los que llevaba. Al cabo de pocos minutos me adelanta el primero, que es un chaval de unos quince años que lleva un ritmo estupendo; después el siguiente, que tendrá veintitantos y me pregunta si vamos al Perdido. Le digo que sí y me contesta que entonces nos volveremos a ver más arriba. Sigo andando y veo cómo te adelantan a ti también. Empiezo a ver el maldito final del Balcón cuando me adelanta el tercero, que es otro chavalín muy jovencito. Me llamas señalándome hacia arriba y veo que el tramo final ¡es plano! Es curioso que cuando estás tan cansado cualquier pequeño detalle como este te da nuevos ánimos para seguir subiendo. Llegamos a ese tramo y vemos que el joven que nos acaba de pasar ¡está corriendo! Yo, por mi parte, me paro a beber y echar una última miradita hacia el valle. ¡Estamos realmente altos!

Por fin, un último paso y te veo ya sentada junto a la cruz conmemorativa con los tres jóvenes; son las 9 de la mañana. Levanto la vista hacia mi izquierda y como un acto reflejo busco en la mochila mi cámara de fotos. El Glaciar. Sí, así, con mayúsculas; ahora voy a repetir otra vez lo que ha dicho antes tanta gente,  pero es que es mucho más impresionante y extenso que nuestro pobre vocabulario. Mira que he visto fotos de glaciares de todo el mundo y sé que el del Aneto es el más grande de nuestros Pirineos, pero éste es especial, mucho más espectacular y al mismo tiempo amenazante. Te pone en tu sitio, es decir, te hace sentir pequeño y poco importante, y al mismo tiempo me provoca como una extraña atracción. No sé, quizás lo definiría diciendo que es la imagen que tengo del silencio, del estar solo contigo mismo.

De vuelta a la realidad –esa primera imagen fue sólo un instante pero fue como si me hubieran sacado tanto del espacio como del tiempo …¡quién necesita drogas! –me doy cuenta de que estáis desayunando y de que yo también tengo hambre. Me siento con vosotros y leo la placa que hay en la cruz: es en memoria de dos capitanes del ejército que murieron en el glaciar en julio de 1.953, lo que confirma todo lo dicho sobre el Glaciar. Pienso en ello un momento y luego escucho al joven guía que te está dando una clase de geografía, montañismo y meteorología que no sé si le has pedido. En cualquier caso tiene una parte buena –nos orienta, pone nombres a los picos que nos rodean – y otra mala: nos dice que es demasiado arriesgado subir, que esas nubes que vemos  en el cuello del Cilindro son de “descargaâ€â€¦ Durante la conferencia va llegando el resto de su grupo, que son cuatro chavales más: van al lago de Marboré, que según el oráculo de Delfos trasladado a las montañas está a cinco minutos.

Mientras desayuno sin hacer mucho caso a nuestro improvisado guía, observo los posibles lugares de paso hacia el Glaciar, que estará entre 20 y 50 metros por encima de nuestro nivel. También aprovecho para admirar el paisaje desde aquí arriba. Según el mapa estamos a unos 2.500 ó 2.550 metros. Vuelvo a mirar los llanos de la Larri, el valle, los Astazu y cómo no, el lugar al que nos dirigimos, el cuello del Cilindro. Nos despedimos del grupo y vamos directos hacia el Glaciar en busca de la cuerda fija que sabemos que hay para subir aunque todavía no podamos ver dónde está. Son las 9:30 y vemos que a partir de ahora estaremos solos. Perdemos bastante tiempo en el llano buscando el camino más corto puesto que el agua que baja del Glaciar no nos deja escoger mucho. Vemos una tienda desmontada al abrigo de una roca. Seguimos avanzando y descubrimos tres pequeños edelweiss por el camino. Es la primera vez que los veo al natural y no deja de sorprenderme que con esa apariencia tan delicada sean capaces de vivir en un lugar tan duro. Pasamos el río y por fin tú descubres la cuerda en el paso que parece más corto. Una pequeña tartera nos llevará hasta allí aunque a estas alturas y con tanto camino a la espalda cualquier subida por fácil que sea supone un gran esfuerzo.

Aunque sea un momento clave, no tardamos ni un segundo en tomar la decisión; pienso que formamos un buen equipo. Miramos al cielo, vemos que las nubes negras pasan rápido y no vienen de Ordesa como los demás días en que siempre llovía, buscamos otro paso para subir que no encontramos, nos miramos y decidimos subir. En este momento sé que si no hay un cambio brusco de tiempo llegaremos a la cima. Subo yo primero muy despacio, asegurando cada movimiento de manos y pies; me gustaría poder ver dónde y cómo está fijada la cuerda pero no queda otro remedio que tener fe ciega en los desconocidos que la han puesto. Mucha gente ya ha pasado antes. Detrás, sé que estás nerviosa y tienes prisa por pasar rápido por esta prueba. Te digo que tengas calma, que quiero ver el final de la cuerda. Llego a la fijación y me alegro al ver que está perfectamente segura, a la vez que hay otra que nos llevará más arriba. Apareces de golpe, demasiado rápido para mi gusto. Subimos el segundo tramo y ya estamos sobre el Glaciar. Deben haber sido unos veinte metros que nos habrán parecido cincuenta aunque en el fondo me ha gustado bastante mi primera experiencia con una cuerda de escalada. Nos giramos un momento y vemos toda la explanada del Balcón y a lo lejos dos personas que vienen también hacia aquí. Nos separa de la tartera que lleva al cuello del Cilindro un trozo del Glaciar que podremos hacer bien sin crampones. Decidimos ir en zig-zag para buscar trozos de roca y no ir siempre por la nieve. Aquí, aún sin perder ni un segundo la concentración me relajo un poco. Vemos a alguien que baja muy rápido por la tartera y le preguntas cuánto nos queda: según él una hora hasta el lago helado y otra más hasta la cumbre; miro mi reloj y son las doce menos cuarto. Me desmoralizo algo porque pienso que nuestro ritmo es bueno y que cómo puede ser que falte tanto. Pienso que hemos perdido demasiado tiempo en la aproximación al Glaciar. En cualquier caso ni se me pasa por la cabeza dar media vuelta, quiero ver qué hay allí arriba y sé sin preguntártelo que tú piensas lo mismo. El joven también nos dice que es del grupo de rescate y que es muy peligroso subir sin crampones y con sólo un piolet pero parece que le convencen mis explicaciones de que somos muy prudentes. También nos da una excelente noticia: nos asegura que ahora ya no lloverá porque Ordesa está despejado. Ésta es otra de esas pequeñas cosas que te hacen seguir subiendo: aunque fuese el mejor meteorólogo del mundo podría equivocarse pero el hecho de que sea más experto que yo y, sobre todo, que me diga justo lo que quería oír me inunda del optimismo necesario para recobrar fuerzas. Nos despide diciendo algo que te hace mucha gracia: “recordad que hay más veces que pecesâ€.

Empezamos a subir la tartera y vemos que es realmente dura, sobre todo teniendo en cuenta que ya llevamos seis horas subiendo. Desde la cuerda fija voy yo primero y me sorprende que no me adelantes. Vamos parando a menudo para respirar y al mismo tiempo disfrutar de una estupenda vista sobre la totalidad del Balcón con el lago de Marboré de un verde destacado en su parte alta. Cuando nos falta poco nos cruzamos con gente de vuelta que nos da de manera simpática una mala noticia: estamos a punto de llegar al cuello pero ahí para seguir subiendo hay que bajar. Nos dan ánimos.

Por fin la tartera se acaba. Aquí la vista es todavía mejor porque vemos ambas vertientes: la que teníamos desde que salimos y enfrente el valle de Ordesa y un horizonte larguísimo lleno de picos que no sabemos cómo se llaman pero que tampoco nos importa. A nuestros pies tenemos ya el lago helado que he leído que está a unos 2.980 metros; nosotros estamos a 3.100 aproximadamente. A nuestra derecha el imponente Cilindro y a nuestra izquierda podemos ver por primera vez de una manera nítida nuestro objetivo … ¡el Monte Perdido! Es curioso que con la cantidad de fotos que he visto la perspectiva que tenemos ahora es absolutamente nueva para mí. A pesar de verlo cerca me vuelvo a enfadar porque veo claramente el esfuerzo que nos queda por hacer y aunque he leído que es fácil y corto -unos 40 minutos -, a mí lo que queda me parece una montaña en sí misma. Hace mucho aire en este corredor así que nos ponemos el polar y bajamos hacia el lago. Se ve muchísima gente; calculo que entre los que descansan a su alrededor más los que suben y bajan a la cumbre habrá unas cien personas, de las cuales dudo que más de quince hayan subido desde Pineta. Nos queda un trozo de rocas que no hay que menospreciar y una pequeña tartera en diagonal.

Llegamos al lago a las doce y veinticinco y en contra de mi estilo habitual no me paro. Estoy como enrabietado con la montaña y tengo ganas de acabar con esto cuanto antes. Nos quitamos el polar para este último tramo y me dices que luego bajemos al lago para comer antes de volver al campamento base. En fin, vamos allá, un último esfuerzo.

Vemos que hay una gran placa de nieve que la mayoría de gente esquiva por la derecha subiendo por la roca; decidimos hacer lo mismo y justo ahí un cartel nos advierte de que es un tramo muy peligroso. Te digo que no bajes la guardia y que estés concentrada. Me doy cuenta de que ya te lo he dicho varias veces pero que en ningún momento en todo el camino te he preguntado de si estabas bien, si estabas fuerte para seguir subiendo, pero por alguna extraña razón ya lo sabía. Pienso si en esto de subir montañas tenemos telepatía.
Me acuerdo de la predicción de una hora hasta el lago y otra hasta la cumbre y me pico yo solo. ¡Con que una hora hasta el lago! Lo hemos hecho en 40 minutos, así que vamos allá.

Esta montaña te quita el genio enseguida. Apenas llevamos diez minutos de este tramo final y ya resoplo como una ballena. Estamos en este trozo de roca algo aéreo que no descubriré hasta llegar abajo que es la famosa escupidera. Lo pasamos bien y ya sólo nos queda la tartera final... ¡otra más!

Estoy hasta la coronilla de tarteras, pedreras o pedregales, son durísimas. Mi único consuelo es que me gusta bajarlas, casi me resulta hasta divertido si no fuera porque cuando me toca bajar tengo las piernas destrozadas. Voy avanzando despacio y ahora sí, me giro varias veces para ver qué tal vas. Me sorprende que no sólo no me atrapes sino que voy ligeramente más rápido que tú. Veo que detrás nuestro ya no sube casi nadie. Los que bajan te van dando ánimos. Sigo subiendo ahora ya con la mente no en blanco sino con un pensamiento que lo ocupa todo: voy a subir esta montaña, estoy enfadado con ella.

Primero llegamos a un rellano donde termina la tartera y se abre de nuevo la vista que nos ha acompañado durante todo el día pero ahora desde el punto más alto posible. Hace sol y aunque la atmósfera no es del todo clara nuestra vista se pierde en el horizonte. Descansamos un minuto, giramos a nuestra derecha y vemos que ya sólo nos queda un paseo, y además ¡fácil! hasta la cima. Deben ser unos cincuenta metros de desnivel que ahora sí, se pueden subir silbando. Son las 13:12 horas cuando llegamos a la CUMBRE. Es de las que a mí me gustan, redondita. Puedes pasear por ella y eso que hay gente. Ahora mismo no sé exactamente cuántas montañas hemos subido pero la sensación que siento es nueva, de eso estoy seguro. Siento una alegría inmensa. Llegas tú de inmediato, me das un beso. Nos hacemos la foto de rigor e intento enviar un mensaje a los amigos y a los niños pero no hay cobertura. Descansamos, comemos fruta; tenemos más sed que hambre. Estoy encantado y alegre como un niño de estar aquí. Puedo pasear por la cima y tengo una vista de 360°. Aunque algunas no lo parecen, casi todas las montañas están por debajo de nosotros. Sólo hay dos que se resisten. ¡Qué sorpresa me llevé cuando descubrí días atrás que el Posets es más alto que el Monte Perdido! En fin, qué se le va a hacer, habrá que subirlo. Pero bueno, ahora es momento de disfrutar lo que tenemos: el valle de Ordesa con sus formas únicas, Añisclo,  el Cilindro frente a nosotros levemente más bajo, los Astazú y tantos otros que sólo sé cómo se llaman gracias a los mapas y crónicas leídas: Vignemale, la Munia, etc.

Me llamas para bajar; volvemos al lago para comer. Son las 13:35 y me voy sin mirar atrás. Como persona seria que soy, lo primero en que pienso es que aún no hemos hecho nada, esto termina al llegar al coche y no hay que bajar la guardia. ¿Me estaré tomando demasiado en serio mi papel de montañero?

Aquí viene el corredor. Veo la tartera y la miro con cierto descaro, como creo que nos miraba el rebeco esta mañana. Allá voy. De momento veo mis piernas fuertes aunque sé que es porque ahora utilizo los músculos contrarios; las piedras se hunden con facilidad ante la presión de los talones que voy apoyando con fuerza y una agradable y familiar sensación se apodera de mí mientras aumento la velocidad. ¡Ojo! Sé que es peligroso.
Te miro y veo que ya empiezo a dejarte atrás aunque tengo plena confianza en que bajas despacio, sí, pero segura. Llego a la roca y te espero. Te advierto por enésima vez de que vayas con cuidado. Atacamos el último tramo y nos vamos directos a la orilla del lago a comer. Son las 2 y tres minutos. Llegan unos catalanes muy graciosos –uno de ellos nos ha hecho la foto en la cumbre – y tras algo de cachondeo se bañan aunque no llevan ni toalla para secarse. ¡El agua está helada hasta para beber! De repente, sin previo aviso, se oye un trueno. Se me encienden todas las alarmas y te pregunto si lo has oído; me dices que no cuando suena otro. Decidimos bajar lo antes posible así que nos despedimos de los bañistas y nos ponemos en marcha a las dos y veinte.

Aunque ya lo sé porque es evidente, me pone de mal humor tener que empezar subiendo para bajar. Ahora el tramo de roca hasta el cuello del Cilindro se ve más alto pero lo pasamos rápido. Llegamos arriba y ya está tronando continuamente. Pienso sin decírtelo que como la tormenta viene de Ordesa esta vez nos caerá encima; la única duda que tengo es en qué tramo. Mentalmente repaso el camino próximo buscando un abrigo y pienso que estamos en mal sitio, nos espera el Glaciar. Si nos pillara después de pasar la cuerda ya estaría contento …

Me dices que tienes miedo y me doy cuenta porque ahora bajas por el pedregal a mi ritmo. Miro al cielo constantemente y veo que la tormenta pasa a nuestra izquierda, tras los Astazu y en dirección a los llanos de la Larri y más allá pero hacia el Este. Pienso que quizás tengamos tiempo de pasar el Glaciar y la cuerda. Detrás nuestro vienen dos franceses que también estaban en el lago. Nos metemos en el Glaciar por unas huellas porque está claro que iremos más rápido que buscando las rocas como a la ida. Bajo patinando, casi esquiando y alucino cuando te oigo pegada a mis talones. ¡Si casi me adelantas! Y tú eres la que tiene miedo esquiando … no sé si te das cuenta que es mucho más fácil caerse aquí que esquiando pero deduzco que lo que te pasa es que tu miedo a la tormenta es mucho mayor que a caerte en la nieve. Sin decirte nada ya había decidido ir hacia la cuerda aunque me habías dicho en la subida que bajáramos por otro lado y la razón es tan evidente que no hace falta decírtelo; antes de que lo haga yo me lo dices tú: ya sabes que vamos hacia la cuerda pero es el camino más corto y hay que bajar lo antes posible. Mientras me dices esto empiezan a caer esas gotas gigantes que han caído cada día como preludio de un chaparrón. Lo malo es que aún estamos en el Glaciar. Aunque sigue tronando sin parar me da la impresión de que la tormenta baja con nosotros pero a nuestro lado, respetándonos hasta que lleguemos al Balcón. El cielo está muy oscuro pero no acaba de llover fuerte y hay una luz muy especial. El panorama ahora es más bonito si cabe que a la subida. Miramos al frente y nos quedamos pasmados: el Glaciar ha cambiado de color. Ahora tiene unas tonalidades sorprendentes: blanco, gris, azul, hasta me atrevería a decir que verde. Te miro y veo que hasta te has olvidado de la tormenta ya que tú también estás disfrutando de este momento único, irrepetible.

Nos cuesta un poco llegar hasta la cuerda pero al final tú, supongo que por la prisa que tienes, la vuelves a encontrar primero. No me da tiempo a llegar a ella que ya estás bajando y no me gusta. Ceo que no estás tomando todas las precauciones que serían convenientes porque somos dos y además hay que pensar que ahora la roca está mojada. Te riño un poco pero no hay quien te pare  e incluso desde abajo me dices que me dé prisa en bajar. Llego al final de la cuerda, le doy un beso y salto hasta el suelo. 

Ahora, desde la perspectiva que tenemos de la llanura nos trazamos el camino hacia la cruz del Balcón con una tienda de campaña solitaria de referencia. Bajamos hacia el río por otra tartera -¡cuántas debemos llevar! – mientras empieza a llover aunque con no demasiada fuerza. Discutimos el paso del río, seguramente por los nervios que provocan los truenos, pero más o menos seguimos la ruta que nos habíamos trazado y vamos encontrando los “monolitosâ€, como tú los llamas. Me dices que ahora ha caído un rayo y que qué haces con el piolet. Yo te contesto que nada para tranquilizarte aunque me da que pensar. ¡Qué mal me sentiría después en casa cuando mi padre me explicó que lo primero que hay que hacer en estos casos es tirarlo lejos! Seguimos sin detenernos pero sin poder apartar la vista del Glaciar: está maravilloso y me paro a hacerle una foto aunque sé que es imposible que mi cámara capte todas esas tonalidades y esa omnipresencia. Llegamos a la cruz y encaramos el Balcón propiamente dicho. Empezamos a encontrar gente y nadie parece muy preocupado por la tormenta, lo cual supongo que te da confianza. Una última mirada al irrepetible paisaje que dejamos atrás, al Glaciar y … el Balcón nos espera.

Decidimos parar a descansar y llenar las cantimploras en algún riachuelo de los que nos encontraremos por la bajada del Balcón. Empezamos  el trozo plano desde el cual se ve el fondo del valle y no me desanimo pero pienso lo mucho que nos queda todavía y lo largo y peligroso que puede ser si llueve puesto que encontraremos barro y piedras mojadas. Ahora ya llueve bastante y nos ponemos capelina y abrigo respectivamente pero sin detenernos más que lo imprescindible. Voy delante pero no demasiado rápido. Las piernas ya empiezan a fallar y tropiezo varias veces con mis propios pies. Lo que hago siempre es dejarme ir sin frenazos bruscos porque así me es más fácil aguantar el equilibrio. Vamos bajando sin más pausa que a beber en todo riachuelo que nos cruzamos aunque parece que no avancemos. Los coches en el parking siguen siendo puntitos. Tengo un calor tremendo dentro de la capelina y como ahora llueve poco nos volvemos a quedar en camiseta. Empiezo a notar la sensación de piernas destrozadas, los cuádriceps trabajando a tope y las plantas de los dedos gordos del pie hirviendo pero no dejo de mirar al suelo para estar muy seguro de dónde piso. Ahora ya ha llegado ese momento en que el paisaje ha dejado de interesarte y sólo puedes concentrar tu mente en una sola cosa, o mejor dicho, en dos: no caerte y llegar.

Ya se ve el principio del bosque donde hemos escondido la linterna y me doy cuenta de que hemos bajado sin parar desde el lago helado. ¿Qué hora será? Lo miro pero no la retengo, no me importa; sólo me interesará cuando llegue. No hay manera de llegar ni siquiera al condenado bosque. Me giro para ver qué tal vas aunque a estas alturas apenas puedo ocuparme de mí; además, me doy cuenta de que mi actitud mental no es muy buena porque sólo pienso en lo cansado que estoy y lo que me duelen las piernas y eso no facilita las cosas. Lo único positivo que se me ocurre es que el trozo de mi cerebro que se ocupa de la concentración en la seguridad de ambos está intacto. Bien, ahora sí, ya veo las piedras donde está la linterna, ya llegamos. Pero ahora vuelve a llover con fuerza y debemos abrigarnos otra vez. Casualidades de la vida, es en el mismo sitio donde nos cayó el chaparrón anteayer. Recojo la linterna y nos metemos en el bosque.

Francamente, ya me da igual que llueva o que haga sol, ya falta poco. Recuerdo que se tardaba una hora en subir hasta aquí, con lo cual deduzco que nos faltarán unos cuarenta minutos … ¡cuarenta minutos! No sé si lo soportaré, me parece una eternidad para estar andando. Llegamos a la cascada y paramos a beber y sacarnos de nuevo la capelina, etc. Vemos un Jeep de los forestales con el chófer durmiendo dentro y a los dos se nos ocurre lo mismo: ¡para estar sobando podría llevarnos hasta abajo! Lo comentamos, nos reímos y seguimos nuestro camino, que ahora sí, ya es muy corto. Empezamos a hablar de nuevo después de muchas horas en silencio absortos en nuestros propios pensamientos y a pensar en lo que haremos al llegar. Hacemos una breve parada técnica en el bosque para aligerar peso y líquidos sobrantes y encaramos la recta final del bosque que ahora veo como la avenida de un parque precioso. Vemos el coche y llegamos. Son las 18:20 horas.

Me acerco a ti y te digo que ahora sí que hemos llegado. Te recuerdo esa frase tantas veces leída y tan llena de razón: se ha subido a una montaña cuando se vuelve. Mientras nos descalzamos y veo tus pies con esas llagas tan dolorosas voy pensando en todo lo que hemos vivido durante el día y lo duro que ha sido, me siento enfadado con la montaña por su dureza. Pero se me pasa enseguida y me acuerdo que soy de los que cree que a las montañas no se las conquista sino que cuando conseguimos subirlas debemos estarles agradecidos por habernos permitido subirlas.
 
L’Ametlla, a 21 de Agosto de 2002




Añadir nuevo comentario
Usuario de Madteam.net No usuario




Vista Previa



 

 
MadTeam.net | Suscribirte a este blog | Creative Commons License Blog bajo licencia de Creative Commons. | compartir este enlace en Facebook